Cuando la tecnología nos hace más estúpidos

Cuando la tecnología nos hace más estúpidos

“Guarde esa calculadora ahora mismo, alumno Mulki, que así no va a aprender nunca a hacer cálculos mentalmente”.

Esto de la tecnología haciéndonos más tontos no es algo nuevo, está claro. Ahora es el teléfono, antes fue la calculadora y seguramente podríamos encontrar cientos de ejemplos anteriores a éstos.

En la mayor parte de las ocasiones la tecnología nos ayuda, nos hace más productivos, más eficientes, más inteligentes. No siempre. Mientras trato de recordar cuánto era 6 x 7 y cuento con los dedos, les traigo una pequeña muestra de cinco casos en los que la tecnología nos hace más estúpidos.

1. No queremos saber lo que estás haciendo

Un mal uso viejo conocido de las redes sociales involucra al individuo con complejo de persona interesante que decide compartir con el mundo su actividad minuto a minuto; actividad que, por cierto, a nadie le interesa.

A menos que seas un famoso deportista, músico, actor, empresario, político y/o mediático (y probablemente en estos casos tampoco), tus actividades cotidianas relacionadas con el exquisito pollo con papas que te estás comiendo, el grano que te salió en la nariz o la cantidad de veces que hoy fuiste al baño, no nos interesan.

2. Mirando el partido sin mirar el partido

Algo que se hizo especialmente notorio durante el recientemente finalizado Mundial de Fútbol es el uso del dispositivo móvil como segunda pantalla. Esta práctica desarrollada en su justa medida puede ser una experiencia superadora (el combo Twitter + Fútbol funciona de maravilla) aunque muchas veces alcanza niveles irrisorios.

Cuando dejamos que la segunda pantalla se convierta en la primera, ¿estamos en condiciones de afirmar que vimos el partido? No me parece.

3. La maldición del Weather Channel

7:30 hs. Apago la alarma. Me desperezo. Abro la aplicación del clima en el teléfono. Veo el pronóstico para la jornada y defino la cantidad adecuada de abrigo y la presencia de un paraguas para sortear el chaparrón durante mi recorrido habitual.

Hasta acá todo bien. El problema es cuando salís a la calle, el sol te parte la cabeza y empezás a preguntarte donde podés meter el paraguas (no estoy pidiendo sugerencias, aclaro). Probablemente hubiera alcanzado con mirar por la ventana antes de salir, pero bueno, nunca se me ocurrió.

4. El aviso del aviso (o «inception de avisos»)

Cuando nos damos cuenta que alguien puede contactarnos por teléfono fijo, móvil, email, Skype, Facebook, Google Talk, WhatsApp, LinkedIn o DM de Twitter (entre otras múltiples opciones) entendemos cuan probable es que la cosa se vaya de las manos.

“¡Hola! Quería que sepas que te mandé un wasá para avisarte que te mandé un DM para avisarte que te mandé un mensaje por Facebook para avisarte que te mandé un correo electrónico para decirte que me llames cuando puedas. Gracias.”

5. La aplicación más inútil del mundo

Tengo un teléfono que sirve para mandar mensajes, escuchar música, navegar por internet, orientarme con mapas y GPS, recordarme mis actividades diarias e incluso para jugar cuando estoy aburrido. Lo uso de linterna y para sacar fotos. Lo uso para consultar el estado de mi cuenta bancaria. Cada tanto lo uso para hacer llamadas a otros teléfonos también (re loco, ¿no?).

Lo uso para tocar la ocarina.

Lo uso para tomarme una cerveza virtual cuando quiero celebrar algo bueno que pasó hoy.

Y cada vez que me invitan a un cumpleaños lo uso para apagar las velitas de la torta, porque, sobre todas las cosas, soy un tipo cool.

Mi mujer me dice que últimamente uso demasiado tiempo el teléfono. Quizá tenga razón…

Publicado originalmente en el Blog Taylor Tenía Razón en La Gaceta.